JÓVENES: DEL PASOTISMO AL DESCUELGUE

Puede que estemos a tiempo de responder que son las personas y no la economía lo que más importa, como decía José Luis Esparcia en el artículo anterior de este blog. Pero estar a tiempo sólo es una condición necesaria, no suficiente para contestar al terrorismo psicológico-ideológico con el que se está tratando a los sureños ciudadanos europeos (con singular saña a los griegos, hasta lograr que ganaran quienes tenían que ganar). Es necesario estar a tiempo, pero no es suficiente para hacer valer otras alternativas a la encerrona en la que nos meten a ese 99 por ciento que somos los que no decidimos el rumbo de la organización social, (“Somos el 99 por ciento” es, como se sabe, el lema que prevalece del movimiento Occupy Wall Street, frente al “Eres el 1 por ciento” en referencia al reducido sector de población que controla el 40 % de la  riqueza en EE. UU. (En España, el 1 % más rico posee el 20 % de la riqueza nacional). Seguir leyendo en "Más información"


Entre los muchos perdedores de esta historia, se encuentran casi todos los jóvenes de clase media para abajo, a los que todo el mundo (salvo nuestros gobernantes, naturalmente) augura un “no futuro”, para decirlo con una expresión acorde con el “no rescate”, el “no copago”, los “no recortes”, etc. En efecto, millones de jóvenes europeos se sumarán a los de otros continentes en la rabia y la desesperación de ver que cada que pasa son más prescindibles, tienen menos posibilidades de ocupar no ya un sitio donde vivir con independencia de los padres, o un puesto de trabajo para el que se preparaban, sino las mismas plazas en los centros de estudios que hasta ahora alimentaban esa expectativa o la atención en los servicios de salud que hasta hace dos días, como quien dice, parecía garantizada para siempre.
La sociedad capitalista es una sociedad ordenada en función del negocio que pueda hacerse con la producción de bienes y servicios. Pone todos los recursos necesarios para asegurar el control de este modelo de sociedad y el fracaso de todo posible modelo alternativo, entendiendo por tal cualquier otro sistema de producción y reproducción social no guiado por el negocio. Por ejemplo, una sociedad donde todos sus miembros tuvieran la tranquilidad de saber que van a ocupar un lugar en el engranaje, que podrán opinar libremente y participar en la toma de decisiones, que tendrán cubiertas sus necesidades básicas y, en contrapartida, tendrán que asumir compromisos, responsabilidades, etc. Y, naturalmente, la oportunidad de hacerlo. Donde el desarrollo material y cultural (no necesariamente el crecimiento económico, tal como se entiende en la era de la industria y el consumo) lo fuera en beneficio de todos.
Los jóvenes de las sociedades europeas (y, menos aún, del resto del mundo) no saben cuál será su lugar en el engranaje social y en los últimos años se ven empujados hacia una marginación cada vez mayor: primero fueron marginados de la toma de decisiones sobre el modelo de sociedad; luego del sistema productivo, refugiándose en el papel de consumidores hedonistas, entretenidos con los estudios o con trabajos temporales; finalmente, del acceso a los servicios públicos en vías de sufrir las mordidas de quienes ven la oportunidad de hacer negocio con ellos (salud, educación, transporte, cuidado de niños y ancianos, entre otros). Marginaciones que conducen fatalmente, no ya al pasotismo de la política, sino al descuelgue de un marco institucional con el que es prácticamente imposible sentirse representados. Uno de los eslóganes del 15-M de 2011 expresaba perfectamente la idea: “No somos antisistema, el sistema es antinosotros”.
(Francisco Bernete)

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