
Entre los muchos perdedores de esta historia, se encuentran casi todos los jóvenes de clase media para abajo, a los que todo el mundo (salvo nuestros gobernantes, naturalmente) augura un “no futuro”, para decirlo con una expresión acorde con el “no rescate”, el “no copago”, los “no recortes”, etc. En efecto, millones de jóvenes europeos se sumarán a los de otros continentes en la rabia y la desesperación de ver que cada que pasa son más prescindibles, tienen menos posibilidades de ocupar no ya un sitio donde vivir con independencia de los padres, o un puesto de trabajo para el que se preparaban, sino las mismas plazas en los centros de estudios que hasta ahora alimentaban esa expectativa o la atención en los servicios de salud que hasta hace dos días, como quien dice, parecía garantizada para siempre.
La sociedad capitalista es una sociedad ordenada en función del
negocio que pueda hacerse con la producción de bienes y servicios. Pone todos
los recursos necesarios para asegurar el control de este modelo de sociedad y
el fracaso de todo posible modelo alternativo, entendiendo por tal cualquier
otro sistema de producción y reproducción social no guiado por el negocio. Por
ejemplo, una sociedad donde todos sus miembros tuvieran la tranquilidad de
saber que van a ocupar un lugar en el engranaje, que podrán opinar libremente y
participar en la toma de decisiones, que tendrán cubiertas sus necesidades
básicas y, en contrapartida, tendrán que asumir compromisos, responsabilidades,
etc. Y, naturalmente, la oportunidad de hacerlo. Donde el desarrollo material y
cultural (no necesariamente el crecimiento económico, tal como se entiende en
la era de la industria y el consumo) lo fuera en beneficio de todos.
Los jóvenes de las sociedades europeas (y, menos aún, del resto del mundo) no saben cuál será su lugar en el engranaje social y en los últimos años se ven empujados hacia una marginación cada vez mayor: primero fueron marginados de la toma de decisiones sobre el modelo de sociedad; luego del sistema productivo, refugiándose en el papel de consumidores hedonistas, entretenidos con los estudios o con trabajos temporales; finalmente, del acceso a los servicios públicos en vías de sufrir las mordidas de quienes ven la oportunidad de hacer negocio con ellos (salud, educación, transporte, cuidado de niños y ancianos, entre otros). Marginaciones que conducen fatalmente, no ya al pasotismo de la política, sino al descuelgue de un marco institucional con el que es prácticamente imposible sentirse representados. Uno de los eslóganes del 15-M de 2011 expresaba perfectamente la idea: “No somos antisistema, el sistema es antinosotros”.
Los jóvenes de las sociedades europeas (y, menos aún, del resto del mundo) no saben cuál será su lugar en el engranaje social y en los últimos años se ven empujados hacia una marginación cada vez mayor: primero fueron marginados de la toma de decisiones sobre el modelo de sociedad; luego del sistema productivo, refugiándose en el papel de consumidores hedonistas, entretenidos con los estudios o con trabajos temporales; finalmente, del acceso a los servicios públicos en vías de sufrir las mordidas de quienes ven la oportunidad de hacer negocio con ellos (salud, educación, transporte, cuidado de niños y ancianos, entre otros). Marginaciones que conducen fatalmente, no ya al pasotismo de la política, sino al descuelgue de un marco institucional con el que es prácticamente imposible sentirse representados. Uno de los eslóganes del 15-M de 2011 expresaba perfectamente la idea: “No somos antisistema, el sistema es antinosotros”.
(Francisco Bernete)
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